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Oficios del libro – Ilustración (I)

Entrevista a Concha Pasamar - Oficios del libro - Ilustración (I) - Entrevistas - Telar de Libros

Hace unos meses decidimos acercaros a distintas profesiones relacionadas con la edición de literatura infantil y juvenil. Después de presentaros el oficio de la traducción os traemos una nueva serie de entrevistas, con las que nos asomaremos al mundo de la ilustración.

Concha Pasamar y Sara Fernández son dos ilustradoras con estilos muy distintos e interesantes que han hablado con Beatriz, responsable de Oficios del libro, para contarle algunos de los secretos de su profesión. Si aún no las conocéis, os recomendamos que después de leer las entrevistas os paséis por su web o por vuestra librería favorita para disfrutar de sus obras.

Entrevista a Concha Pasamar

¿Cómo es el trabajo de una ilustradora?

Yo no soy ilustradora a tiempo completo. Soy también profesora de Lengua española, lo que solo me permite llevar a cabo un número limitado de proyectos. Parte de ellos son personales e intento ser autora de texto e ilustración, pero también ilustro textos ajenos si encuentro hueco y, sobre todo, si veo que puedo hacerlos míos porque me tocan en lo personal y considero que puedo ajustarme a ellos.

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Concha Pasamar por Concha Pasamar

En algunos casos son los autores quienes me proponen algún proyecto en común. Fue así como empecé, con Arrecife y la fábrica de melodías, de Patricia García Sánchez (bookolia). En otras ocasiones son los editores quienes consideran que mi trabajo podría encajar en algún texto que desean publicar. La tarea final consiste en crear imágenes que comuniquen; por lo general, en relación con un texto, pero para ello hay otras fases previas que comprenden lecturas y mucha reflexión, también documentación en muchos casos, pruebas, etc.

¿Cómo es el proceso de ilustración de un libro? ¿Cuentas con la colaboración de los autores?

Los procesos pueden ser muy diferentes. Si el proyecto surge de la propuesta de un texto ajeno, es habitual preparar algunas ilustraciones y un guion gráfico para proponerlo a editoriales. En ese caso, hay colaboración, sobre todo porque en géneros como el libro álbum el mensaje de la doble página (y del conjunto) se construye bimedialmente, en una combinación de la imagen y el texto, y así se interpreta también. Pueden ir surgiendo ajustes sobre el texto o la idea original. Lo mismo puede pasar en otros casos en que la propuesta llega de la editorial, pero depende en cada caso del modo de trabajar o de las necesidades del libro: hay quien prefiere mediar entre las dos autorías y hay quien aconseja la comunicación entre quien escribe y quien ilustra.

¿Y en el caso de tus proyectos personales?

Si se trata de un proyecto personal, comento las decisiones y propuestas con la editora o el editor. Creo que en cualquier caso se trata de hacer el mejor libro posible. Para eso es necesario cierto grado de flexibilidad y confianza por todas las partes, pero es bueno también cuestionarse una misma y permitir que se te cuestione, sabiendo que quienes intervienen en el proceso tienen una opinión autorizada por la experiencia, por la razón… y que también están dispuestos a escuchar. Y luego siempre hay algún agente externo discreto con quien contrastar, algún colega de profesión o la familia: suelen ser críticos sinceros.

En relación con lo anterior, me interesa mucho el proceso de visualización de la historia, porque cada uno nos imaginamos a los personajes de un libro o sus paisajes de determinada manera. Hay mil Pinochos, por ejemplo. ¿Cómo es ese paso de la imaginación al papel?

Esta es una cuestión que en algunos casos me causa respeto, pues esas imágenes van a condicionar la recepción del texto (yo aún vinculo ciertos personajes a las ilustraciones de mis primeros libros). De hecho, la técnica del estarcido permite cierta indeterminación de los rasgos que me ha restado responsabilidad en algún proyecto ajeno, como en Volver, de Pablo Echart (Triqueta).

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Volver (Pablo Echart) – ilustración: Concha Pasamar

En mis álbumes personales, Cuando mamá llevaba trenzas y Tiempo de otoño, en cambio, no me preocupa en absoluto. Tampoco en un álbum de nueva creación, pero sí lo haría tal vez en algún clásico. En poesía, por ejemplo, me parece que es positivo que la ilustración deje espacio para que las imágenes poéticas del texto se reciban y se creen en la mente de los lectores sin demasiada interferencia.

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Tiempo de otoño – ilustración: Concha Pasamar

Por otra parte, en mi experiencia, esos procesos de visualización pueden ser muy diferentes. La imaginación lo soporta todo, pero la realidad es que ilustramos con nuestras posibilidades y nuestras limitaciones. En mi mente veo cosas maravillosas que luego no voy a poder llevar a cabo. Además, el orden en el proceso puede variar mucho. Unas veces la primera idea mental es una especie de atmósfera general y luego se va plasmando en las escenas de un guion gráfico. Otras es al contrario: primero es el guion y luego las decisiones sobre la paleta y atmósfera, que determinarán el material y la técnica. Y hay ocasiones en las que de un dibujo que voy haciendo sin una finalidad concreta, o como prueba o ejercicio, va surgiendo algo interesante que podría desembocar en un personaje y hasta en un libro.

¿Cuál es la diferencia entre la literatura infantil y la juvenil a la hora de ilustrar?

En mi caso no me planteo una diferencia radical en el modo de ilustrar para niños o adultos (entiendo que lo juvenil se puede incluir en este grupo también). Cuando hablamos, también modulamos nuestro discurso según los receptores y otros muchos factores (los temas, la finalidad, los conocimientos compartidos, etc.). Los niños sencillamente suelen tener un bagaje de experiencias y un conocimiento enciclopédico limitado por su edad, pero pueden ser muy dispares en cuanto a intereses y preferencias, modos de ser, capacidades… En definitiva, igual que los adultos, solo que con un recorrido vital más breve. Me ajusto en la medida en que también me ajustaría en otras maneras de comunicarme con ellos, reconociendo su inteligencia, sus enormes capacidades, su trayectoria.

Intentas acercarte a los lectores…

En los libros que ilustro para la infancia intento que las imágenes convengan al conjunto del proyecto y sé que gran parte de los lectores serán también adultos –como acompañantes o mediadores, como receptores principales-. Si hay juegos o referencias las hago porque quiero o me divierten, aunque tal vez solo una parte de los lectores las perciban o desentrañen y tampoco atiendo demasiado a modas. Creo que siempre soy la misma persona comunicándome en ocasiones diferentes, sin más.

Como lectora de libro ilustrado, veo que hay formas muy diversas, más o menos realistas, más o menos descriptivas o conceptuales para todo tipo de públicos. Cuando era niña también disfrutaba con ilustraciones muy diferentes, y entendía, por ejemplo, la pintura como un tipo de ilustración: en los cuadros pasaban cosas, y solía imaginarlos como escenas de una historia más amplia. Los niños leen el mundo, lo que les rodea, imágenes que contienen muchísima información –por no hablar de las pantallas-; se trata más bien de acompañarles en esa lectura o guiar su mirada para que descubran su potencial de descubrimiento, observación, reflexión, disfrute. El soporte libro, donde la imagen es estática y circunscrita a un espacio limitado, ya es una manera de centrar la mirada. Creo que la idea es que la ilustración se ajuste al contenido y al formato, que tenga coherencia con lo que se quiere comunicar, y hay diversas posibilidades entre las que el ilustrador opta, teniendo en cuenta muchos factores.

¿Cómo definirías tu estilo? ¿Tienes libertad creativa?

No soy capaz de definir mi estilo ni es una cuestión que me preocupe, la verdad. Intento ser natural y honesta en mi manera de hacer. Que tiendo al realismo es un hecho, y si evoluciono hacia otras formas –sin impostar- es porque considero que los proyectos lo piden.

Siento que se me ha concedido un alto grado de libertad creativa, aunque opero dentro de los límites que tengo como ilustradora, que resultan tan determinantes como las destrezas en los procesos y los resultados.

¿Existe algún tipo de censura o cortapisa en esta profesión?

Sí que existen límites externos, claro, como en tantas vertientes de la vida social. Uno puede autocensurarse, especialmente si atiende a la posibilidad de ser publicado en entornos con determinados patrones culturales o con exigencias extremas de corrección política. En estos casos, la editorial también puede aconsejarnos o hacer valer su punto de vista. La constricción no consiste siempre en cancelar, en no mostrar (desnudos, violencia, temas duros), sino que, al contrario, a veces conduce a mostrar (diversidad, ruptura de estereotipos) –y adviértase que lo que aparece en un paréntesis podría estar en el otro-. En cada opción hay un descarte, tanto en una dirección como en la otra.

¿Cuál es la obra de más difícil a la que te has enfrentado?

No sabría decirlo. Yo diría que hay una fase más complicada en cada proyecto, que es la de tomar decisiones, ver mentalmente la imagen que podría tener el libro y determinar cómo llevarlo a cabo. En mi caso, la ejecución suele ser más sencilla y gozosa en las fases manuales, y a veces se me hace un poco cuesta arriba delante del ordenador –que tanto nos ayuda, por otra parte-.

Creo que la obra más difícil es siempre la que en cada momento tengo en proyecto en la cabeza: ahora mismo, un proyecto propio para bookolia que aún no he empezado a dibujar –aunque hay ya un primer guion gráfico- y una propuesta de un autor; ambas cosas llevan rondándome en la cabeza hace casi dos años.

Recomienda a nuestros lectores un libro que hayas ilustrado tú.

Qué difícil… No se elige entre los propios hijos ;). En todos los libros que he ilustrado he puesto una parte de mí, especialmente en los que he también he escrito, pero aquellos que ilustran palabras de otros personas son también una responsabilidad muy grande, tal vez mayor. No puedo elegir, sinceramente.

Recomienda a nuestros lectores un libro de otra ilustradora.

Hay tantas colegas a las que admiro… Muchas de ellas son también autoras completas. Malacatú, de María Pascual (A Buen Paso) es un favorito; El bosque es nuestra casa, de Sara Fernández (A Buen Paso) es un informativo espectacular y completísimo, como los de Berta Páramo. Me encantan los álbumes para cualquier edad, como Ensimismada, de Nanen (bookolia) o Desdichas de una familia victoriana, de Idoia Iribertegui (Triqueta). Hay álbumes sin palabras o con pocas que son también literatura y enlazan con mi sensibilidad, aunque sean muy diferentes, como El paseo, de Celia Sacido (Cuento de Luz) o El último verano, de Kim Jihyun (Juventud) o Enorme suciedad, de Maite Mutuberria (Pepitas de Calabaza), reinterpretaciones maravillosas como la de Joanna Concejo en Caperucita Roja (Thule), o la de Elena Odriozola en Frankenstein (Nórdica). No puede ser solo uno y, de hecho, me estoy dejando muchos que recomendaría también.


Concha Martínez Pasamar es Licenciada en Historia y Doctora en Lingüística Hispánica. En la última década compagina su trabajo como profesora de Lengua española con la ilustración y la escritura. Ha trabajado con distintas editoriales orientadas principalmente a la LIJ, como bookolia, Litera Libros, Cuento de Luz, Triqueta, A Fin de Cuentos o Kalandraka, en libros con texto de otras autoras o ilustrando su propia escritura. Entre otros reconocimientos, sus álbumes Cuando mamá llevaba trenzas y Tiempo de otoño obtuvieron el Premio Fundación Cuatrogatos, galardón que también recibió Romances de la rata sabia, con texto de Paloma Díaz-Mas, los tres editados por bookolia. Sus últimos libros son Mil historias en la piel (bookolia, con texto de Marina Aguirre) y Bibliotecarias a caballo (A Fin de Cuentos). En marzo verá la luz el poemario Fleco de nube (Kalandraka), de Fabiana Ruth Margolis, premio de poesía Ciudad de Orihuela 2022. La podéis encontrar en Instagram (@conchapasamar) o en su web.

Todas las imágenes de esta entrada han sido cedidas amablemente por su autora.

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